viernes, 18 de abril de 2008

La historia de un taxi (Y no es homenaje a Arjona)

Todo estaba listo. Boticas recogería a Alacrán en la esquina de la avenida con el boulevard en cualquier momento. Primerio tenía que llegar el (o la) protagonista de la historia.
Era primero de mes, por lo que Ifigenia cobró su pensión. Ya tenía dos años jubilada después de treinta de dar clases. Su madre ya había cumplido diez muerta, por lo que vivía sólo con su hija preparatoriana. Luego de su divorcio, veinte años atrás, el hombre con quien tuvo a Alicia (que no era su ex marido), se desinteresó del asunto.
Boticas y Alacrán eran primos. Robaban desde chiquitos. Crecieron en una vecindad con los alcoholes de sus padres. La escuela y el trabajo siempre resultaron inútiles ante el negocio de carterista. Un compá les pasó el tip de los taxis. Era más remunerable que el asalto a trasuntes. Este bocho lo consiguieron echándose al viejito que lo manejaba, aquella noche que culminó con un festejo en un famoso prostíbulo.
Ifigenia después de ir al banco pasó a la escuela de su hija a pagar la colegiatura. Alicia le comentó que iría al cine con sus amigos al terminar las clases. Para Ifigenia no hubo ningún problema. De la prepa se trasladó a una colonia de distancia de su casa para comprar la comida. Nunca había cocinado.
Se bajó del microbús y caminó por una calle en reparación para llegar al local. Luego de ordenar, pagó y se detuvo en la calle. En la avenida había un sitio de taxis, pero estaba cansada y no le apetecía brincar los hoyos de la reparación. Un instante después pasó un taxi.
Alegrándose de su suerte le hizo la parada. Subió y le indicó al chofer la dirección de su domicilio, a donde se dirigía. Una vez que llegó a la avenida, Ifigenia le pidió que se fuera por la vía rápida. El gordo conductor no hizo caso. Al llegar al boulevard, un hombre flaco abrió la puerta y al grito de la mujer le apuntó con una pistola.
-¡Cállate y cierra los ojos! Te vamos a llevar muy lejos para darte la cogida de tu vida.-
Ifigenia sólo podía ver la imagen de Alicia, ¿qué sería ahora de ella? Aún era una niña. Su corazón resonaba como una melodía de heavy metal, al tiempo que el Alacrán, el hombre flaco de la pistola metía sus manos por su blusa.
-¿Ya le revisaste las chichis wey? Las pinches viejas siempre llevan allí el varo.- Le dijo el Boticas al Alacrán, mientras frenaba por una luz roja.
-Sí, wey, esta pinche vieja es cristiana, sólo trae un diosito en su bra.- Le contestó el Alacrán.
-Déjame ver la bolsa- Le ordenó el Alacrán a Ifigenia, arrebatándosela y abriéndola bruscamente. Ifigenia sólo recordó que al salir del banco guardó sus tarjetas y el dinero recién cobrado no en la bolsa, porque su madre así la había acostumbrado. Lo llevaba donde sólo lo encontrarían si cumplían su amenaza de violarla.
-¡Ah, pinche vieja jodida!- Exclamó Alacrán.
-¿Qué trae chido wey?
-Nada cabrón. Sólo treinta varos y un pinche celular análogo.
-Ah no mames… pues ya aunque sea, porque hay que seguir chambeando.
Boticas dio la vuelta en una calle cerca de la casa de Ifigenia. Se detuvo.
-Cuando nos bajemos, abres los ojos y vamos a caminar una calle abrazados, como si fueras mi mujer. En la esquina te voy a dejar y ni se te ocurra voltear o gritar, porque no la cuentas.- Ordenó Alacrán.
Ifigenia se bajó del bocho. –Se te olvida una bolsa mi reina.- Le dijo Boticas. –Es comida, quédensela, hay tortillas calientes.- Contestó Ifigenia con la voz temblorosa. –Yo ya almorcé bien, ¿tu quieres Alacrán?- Nel, gracias mi reina, provechito.
Salieron como lo ordenó el Alacrán. En la esquina prometida. Ifigenia siguió caminando mientras oía el motor de un bocho viejo que se alejaba.